DÍAS TORMENTOSOS

Parece mentira que las cosas puedan cambiar tanto en un mínimo suspiro. Llevaba dos años muy bien con mi bichito, pero como ser inconformista que es, no podía estarse quieto tanto tiempo.

Y así es, que durante este precioso verano de 2018, vino a visitarme una señora gastroenteritis que como no, se complicó. Por culpa de esto tuve una pequeña inflamación, pequeña pero puñetera. Que bonito es vivir sin un brote y que fácil te olvidas de todo lo que has pasado cuando estás bien.

Con el bicho dando por culo literalmente, los miedos volvieron a apoderarse de mí. El dolor, el no llegar al baño, los retortijones y la ansiedad me invadieron hasta la última y más pequeña parte de mi cuerpo. Y me volví a encerrar, a dejar que mi colitis me ganase la batalla una vez más... Pero no me rendí, me puse en marcha.

En menos de un mes probé una combinación de pastillas que o bien me curaban o bien me convertirían en un ser inmortal poco más. Obviamente las pastis van ligadas a unas señoras pruebas. Tuve que cagar en cinco botes distintos para hacer todo tipo de análisis que confirmasen si me habían invadido las bacterias o no. Pues bien, cuando le pregunté a la señora enfermera, muy maja ella por cierto (ironía), como tenía que realizar dichas recogidas de cacas me soltó: `` Pues mira, en este (bote 1) lo tienes que hacer líquido; en estos (botes 2 y 3) un poquito menos líquido; y luego por último, en estos dos (botes 4 y 5) ya tienes que hacerlo más normal´´.

Mire señora, si fuese capaz de controlar la manera en la que cago no llevaría un mes yéndome por la pata abajo con diarreas constantes. En fin, sigamos.

Gracias a mi maravillosa doctora y al clipper (no es un mechero, ¿vale?) me estabilicé, aunque no del todo. En dos semanas sabré si mi biológico me sigue funcionando o no. Por ahora me dedico a no pensar en ello y disfrutar de la Universidad, a la que por cierto, conseguí entrar después de cuatro años sin dejar de luchar, pero eso os lo contaré otro día.